Ilustración de José Bielsa

¿POR QUÉ ESE TÍTULO?

Muchas de las personas que han oído hablar de la novela preguntan el por qué del título. En este fragmento está la respuesta...


“La frase que selló nuestra amistad y nos habría de unir para siempre, encadenándonos también a Óscar, la pronunció Rebeca en un recreo: “¿Adónde van los patos de Central Park cuando se hiela el lago?”. Yo adoraba El guardián entre el centeno y siempre llevaba un ejemplar en la mochila. Descubrir que Rebeca conocía la novela y el hecho de que hubiese elegido precisamente esa frase para iniciar una conversación supuso para mí una especie de revelación, como si nuestra amistad estuviera predestinada. 
Rendimos culto a ese libro. De Holden Caulfield, nuestro antihéroe particular, admirábamos su descaro, su rebeldía, y compartíamos con él la estupefacción ante el mundo. “La gente nunca se da cuenta de nada”, grita Holden desde las páginas de El guardián. Al igual que a él nos costaba dejar de ser niños y afrontar que no hay ningún guardián que nos salve del abismo que se extiende tras el campo de centeno. Y que es necesario atravesarlo para crecer, aunque crecer signifique vagar, como Holden en Nueva York, por una ciudad desconocida y hostil donde a nadie le importa adónde van los patos de Central Park en invierno”.


Y los fragmentos de El guardián entre el centeno que hablan de los patos son estos:  

De pronto se me ocurrió preguntarle al taxista si sabía una cosa.

-¡Oiga!- le dije -. Esos patos del lago que hay cerca de Central Park South…Sabe qué lago le digo, ¿verdad? ¿Sabe usted por casualidad adónde van cuando el agua se hiela? ¿Tiene usted alguna idea de dónde se meten?
Sabía perfectamente que cabía una posibilidad entre un millón. Se volvió y miró como si yo estuviera completamente loco
-¿Qué se ha propuesto, amigo? – me dijo -. ¿Tomarme un poco el pelo?
-No, solo quería saberlo, de verdad.

(...)


Pero, en fin, como les iba diciendo, al poco de subir al taxi, el taxista empezó a darme un poco de conversación. Se llamaba Howitz y era mucho más simpático que el anterior. Por eso se me ocurrió que a lo mejor él sabía lo de los patos.

—Oiga, Howitz —le dije—. ¿Pasa usted mucho junto al lago de Central Park?

—¿Qué?

—El lago, ya sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de Central South Park. Donde están los patos. Ya sabe.

—Sí. ¿Qué pasa con ese lago?

—¿Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando allí? Sobre todo en la primavera. ¿Sabe usted por casualidad adonde van en invierno?

—Adonde va, ¿quién?

—Los patos. ¿Lo sabe usted por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión, o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen?

El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona.

—¿Cómo quiere que lo sepa? —me dijo—. ¿Cómo quiere que sepa yo una estupidez semejante?

—Bueno, no se enfade usted por eso —le dije.

—¿Quién se enfada? Nadie se enfada.

Decidí que si iba a tomarse las cosas tan a pecho, mejor era no hablar. Pero fue él quien sacó de nuevo la conversación. Volvió otra vez la cabeza en redondo y me dijo:

—Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan en el lago. Esos sí que no se mueven.

—Pero los peces son diferentes. Lo de los peces es distinto. Yo hablaba de los patos —le dije.

—¿Cómo que es distinto? No veo por qué tiene que ser distinto—dijo Howitz. Hablaba siempre como si estuviera muy enfadado por algo— No irá usted a decirme que el invierno es mejor para los peces que para los patos, ¿no? A ver si pensamos un poco...

Me callé durante un buen rato. Luego le dije:

—Bueno, ¿y qué hacen los peces cuando el lago se hiela y la gente se pone a patinar encima y todo?

Se volvió otra vez a mirarme:

—¿Cómo que qué hacen? Se quedan donde están. ¿No te fastidia?

—No pueden seguir como si nada. Es imposible.

—¿Quién sigue como si nada? Nadie sigue como si nada —dijo owitz. El tío estaba tan enfadado que me dio miedo de que estrellara el taxi contra una farola—. Viven dentro del hielo, ¿no te fastidia? Es por la naturaleza que tienen ellos. Se quedan helados en la postura que sea para todo el invierno.

—Sí, ¿eh? Y, ¿cómo comen entonces? Si el lago está helado no pueden andar buscando comida ni nada.

—¿Que cómo comen? Pues por el cuerpo. Pero, vamos, parece mentira... Se alimentan a través del cuerpo, de algas y todas esas mierdas que hay en el hielo. Tienen los poros esos abiertos todo el tiempo. Es la naturaleza que tienen ellos. ¿No entiende? —se volvió ciento ochenta grados para mirarme.

—Ya —le dije. Estaba seguro de que íbamos a pegarnos el trastazo.

Además se lo tomaba de un modo que así no había forma de discutir con él—. ¿Quiere usted parar en alguna parte y tomar una copa conmigo? —le dije.

(El guardián entre el centeno. J.D. Salinger. Alianza Editorial) 

No hay comentarios: